Friday, January 02, 2009


Sabía que no debía de mirar atrás,
lo sabía tanto, al menos, como que no podía
desprenderse del sueño ya congelado
cuando aún apenas sí era llama ardiente.

Siguió caminando, siempre caminando,
sin fe en el camino, sólo en sus pasos:
pasos como latidos bombeando acasos.

No miraría hacia atrás, no le hacía falta,
con él iba su pasado haciendo futuro,
abriendo surcos de quizás y aún-es-posibles
y sembrándoles de sueños violetas.

En su pecho el hielo ardiente de aquel pasmo
que hizo saltar por los aires su cordura:
no fue amor que fue delirio de un sin vivir
que a vida más allá de la vida aspiraba,
más allá de las innumerables muertes sucesivas
que la pasión excesiva para sí reclama:

muertes del yo en el tú perseguidas y alcanzadas
en fragor de piel contra piel, en ríos de sangre
colmada, en sudor, en jadeos, en treguas
rotas por la lanza y la celada, y por dedos
buscando un último temblor de la carne
ya fatigada por la lucha húmeda y viscosa
de los cuerpos muertos una y otra vez
en el éxtasis supremo del alma aniquilada,
inmolada, en el misterio sublime de otro alma.

Siguió caminando, pues, creando universos
a la medida del exceso que fermentaba
en su pecho embriagándole con los efluvios
de un pasado que en presente condensaba
tanto desvelo, tanto callado amor, tanto ansia.

Sin mirar atrás, Él, y no obstante su cara
siempre en el futuro impreciso proyectada,
aquella cara que adoró en noches reveladas
y días fantasmales de ausencias evocadas:
cara de ensoñaciones que el delirio provocara,
sumum de belleza en angustia prolongada
por un querer y no poder acariciarla.

Creador de universos felimprudentes para
ya tu caminar sobre estrellas y nebulosas
de cielos, por tuyos, hartamente imposibles;
detén tus pasos e introduce la mano en tu pecho
y arráncate el hielo ardiente que te tiene hechizado;

vive ya, de una vez, la vida entusiasmada
por un presente puro,
sin contaminar
de pasado ni futuro.

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