Escena final de la inconmensurable Tetralogía del Anillo, de Richard Wagner, en la que Brunhilde, la Walkiria que será determinante para el Ocaso de los Dioses (Gotterdammerung) se inmola junto a su amado Sigfrido y prende fuego al hogar de los dioses que perecen, así, con ella en la misma pira. Wotan (el dios supremo del Walhalla) nada puede hacer; es su destino, un destino trágico que él mismo ayudó a forjar al permitir a los Nibelungos forjar, a su vez el Anillo que sería la causa de su perdición.
Toda esta admirable y legendaria hisoria sobre el panteón mítico teutón fue puesta en poema y música por Wagner a lo largo de 27 años de su vida, condensada en cuatro magnas obras: El Oro del Rin (Das Rheingold), La Walkiria (Die Walküre), Sigfrido (Siegfried) y El Ocaso de los Dioses (Gotterdammerung).
Más de catorce horas de música y mito, muchos más momentos de sublime delicadeza y ensoñación.
Wagner creó un nuevo lenguaje musical, renovó el concepto clásico de la ópera,... Fue, por decirlo con palabras de su amigo de juventud, Friedrich Nietzsche, el artista total: poeta, dramaturgo, músico, escenógrafo...
A su talento se debe ese templo megalómano que es el Festspielhaus de Bayreuth, donde año tras año y con la salvedad de los periodos bélicos del siglo XX, se ha venido representando la gran obra wagneriana desde su construcción e inauguración en 1876.
Esta escena final de la que aquí se presenta la segunda parte (está la 1ª también en youtube), titulada La Inmolación de Brunilda, pone un broche de oro a la obra de toda una vida. No es difícil imaginar las sensaciones que invadirían al gran maestro romántico en el momento de añadir la última nota a esta obra superlativa.
Kirsten Flagstad fue una memorable intérprete wagneriana, si no la más memorable por su tesitura dramática y aérea a un tiempo.
La delicadeza musical que envuelve el desenlace de la acción en esta partitura es uno de los grandes momentos del periodo romántico clásico de la música.
A pesar de algunas imágenes poco afortunadas (¿qué pintan las espadas?), la mágica batuta del "gran rubio" que plantó cara al mismísimo Hitler (y a Goebbels, y a...) y que tuvo que emigrar a Viena para poder seguir dirigiendo (al menos él pudo, otros compañeros suyos menos "arios" tuvieron que poner tierra de por medio o...). Kna, junto a Furt (Wilhelm Furtwängler) fueron dos de los músicos alemanes que se quedaron en Alemania durante la 2ª Guerra Mundial, y, por tanto, sospechosos de connivencia con el régimen nazi (cosa que como después se demostró, no fue así).
Las Artes no tienen credo político, cuando se apoyan en él dejan de ser artes para convertirse en propaganda.
Knappertsbusch, como Furtwängler, se quedaron en Alemania porque eran músicos alemanes, artistas alemanes, y estaban en su país, a pesar del poder nacionalsocialista -y pese a él- se quedaron porque no podían abandonar "su" Alemania porque unos mediocres arribistas con suerte tuvieran como entretenimiento destrozar el país -ese país que tanto amaban y que tanta gloria había dado a la historia mundial en el terreno cultural, valga musical.
Aquí, en el interludio del 2º acto, una pieza de soberbia delicadeza -es una pena que no esté entero- y que Kna sabía expresar como nadie (su tempo, su ritmo, maravillosos).
De hecho, durante años, en el Festpielhaus de Bayreuth, el momento culmen de la temporada era la representación del Parsifal de Kna ( y ello aunque se hubiera representado la Tetralogía del Anillo de los Nibelungos)... hasta que murió.
Para gozar sin mirar las imágenes, salvo para ver a un Kna, ya mayor, dirigiendo "su" Parsifal.
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