Sunday, February 22, 2009

Il y a déjà 70 ans... En hommage


"Estos días azules y este sol de la infancia"


Hoy, aquí, también el día es azul y luce, poderoso, el sol de la infancia. Día azul y sol que nos retrotae al virginal inicio; se cierra el círculo. La vida que se apaga recurre a la luz de otro tiempo, alojada en la memoria, -el sol de la infancia, luminoso, despreocupado, divino. Como presintiendo un final cercano, los ojos se vuelven hacia un tiempo detenido, en esplendor, en el que aún todo es posible... hasta la vida inconsciente de sí misma: simplemente vida que goza de serlo.

Este último verso, como la postrera bocanada de aire que el pez fuera del agua lanza, es un intento por captar y constatar, a pesar de toda la fealdad reinante entonces, la belleza de un mundo que se acaba; una belleza natural, inmediata, fuente de toda belleza intelectual y no sujeta a los designios del hombre.

A estos días azules y este sol de la infancia le debe la cultura su razón de ser, sus más bellas realizaciones; pues en los días grises y lluviosos late la influencia de aquellos otros que se añoran, y, pudiera decirse con total propiedad, que la belleza engendrada en esos días no es más que el azul y el sol que se cuelan entre la grisura y la lluvia; azul y sol interiores donde germinan, al abrigo de tempestades, las obras que elevan al hombre sobre sí mismo. Azul y sol exteriores que colocan al hombre en estado de bienaventuranza; fecundadores, germinales días que han hecho al hombre lo que es: dichoso parturiento de belleza.
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Antonio Machado -que este es el homenajeado poeta- escribió este último verso días antes de morir (quizás el día antes), exiliado y roto, en Collioure; corría el 22 de Febrero de 1939. Hoy se cumplen, pues, 70 años del fin de su periplo mortal y del inicio de su inmortalidad -pues la inmortalidad no se gana sino con la muerte física. .
Su España, la España del puebo aristocrático, la de los señores de Castilla, la del pueblo llano henchido de sabiduría, estaba siendo derrotada por esa otra España mediocre que no conoce más razón que la fuerza bruta y los hueros privilegios de clase, que no es más que eso: bruta fuerza y huera clase, tan bruta y tan fuerte que no deja sitio en sí misma para la sensibilidad, la delicadeza o la sutileza necesarias para engendrar belleza; tan huera su clase que no alberga nada más que vulgaridad en su interior, por más abalorios que se ponga por fuera.

Poeta del pueblo a su pesar, es decir, demasiado sencillo y humilde para aceptar tal honor, como él mismo reconocía:

"Escribir para el pueblo es, por de pronto, escribir para el hombre de nuestra raza, de nuestra tierra, de nuestra habla, tres cosas de inagotable contenido que no acabamos nunca de conocer. Y es mucho más, porque escribir para el pueblo nos obliga a rebasar las fronteras de nuestra patria, escribir para los hombres de otras razas, de otras tierras y de otras lenguas. Escribir para el pueblo es llamarse Cervantes, en España; Shakespeare, en Inglaterra; Tolstoi, en Rusia. Es el milagro de los genios de la palabra. [...] En cuanto a mí, mero aprendiz de gay-saber, no creo haber pasado de folklorista, aprendiz, a mi modo, de saber popular." (El Poeta y el Pueblo, artículo de Antonio Machado publicado en el diario La Vanguardia el 16 de Julio de 1937)

Antonio Machado, exponente tardío del modernismo y cercano en sus inicios al simbolismo francés, acabó siendo El Poeta, el hombre que es capaz de traducir a palabras esa "honda palpitación del espíritu" que es la poesía; poesía presentada en bella forma, sí, pero con fondo, con emoción; palabras en las que palpite el espíritu en milagrosa transubstanciación.

Es su poesía, un portento de sencillez, de intuición, de sabiduría popular. Junto a Federico (García Lorca) y a Miguel (Hernández) -aunque éstos de otra generación- ha sido quien más claramente ha conectado y expresado ese gay-saber popular -del que se reclamaba aprendiz- en el pasado siglo XX.
Poesía Grande, en su sencillez; intemporal, en su perspicacia; profunda, en su intuición.
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Antonio Machado: el poeta del pueblo, el maestro de francés, el eterno enamorado (Leonor, Guiomar, su poesía), el humilde sabio. Hoy, hace setenta años, murió en una sencilla habitación de un hotelito de Collioure, rodeado de cariño y tristeza, no sin antes haber mirado por última vez a su alrededor para empaparse de "Estos días azules y este sol de la infancia" que se le clavaban en su gran corazón como espinas de nostalgia. Fue su última mirada. Una mirada de poeta.

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