Sunday, January 17, 2010

El Cortador de Jamón



Solía jugar de niño
con espadas y floretes,
soñaba ser capitán
en un barco rumbo a Oriente:
Con su marinera blanca,
sus guantes de tafilete,
sus calzas de cordobán,
y su pañuelo en la frente,
oteando está el horizonte
desde lo alto del puente;
busca señas del pirata
que los mares, vil, somete
con ardides y cañones,
con bribones y mosquetes,
que en su veloz bergantín
trae y lleva a donde quiere.

Terror de los mares, digo,
el bergante matasiete
que saltea galeones
por robar lo que contienen.
Su apariencia legendaria
-por el miedo que sugiere-
cúmulo es de imperfecciones,
arsenal de inconvenientes:
la torva mirada es negra
enmarcada de alfileres,
pues los pelos de las cejas
y la barba tal parecen;
la boca gruta es de ofensas
bajo una nariz que hiere
como un estilete el aire
cuando en el aire se mueve;
la melena enmarañada,
cual nido de hoscas serpientes,
con más sebo que el pellejo
de una foca canadiense;
un garfio lleva por mano
y en la otra cinco tiene
que utiliza a voluntad
según la ocasión conviene;
a la pierna que perdió,
en abordaje sin suerte
a una corbeta mentida
de taimados holandeses,
la suplió con dura teca
engastada de oro verde
-producto del latrocinio
en más incautos bajeles-,
así, cuando por las noches
el silencio más se siente,
sus pasos en la cubierta
tumbos de cronos parecen.
Roja casaca le viste,
que antes vistiera a un valiente
oficial que pereció
por pretender de él la muerte
con un puñal en las manos
y acorralado por siete
(cara vendiera su vida
aquel león aún imberbe,
pues a uno de ellos mató
y a tres hirió gravemente;
en pago a su valentía
barato sepelio obtiene:
por la borda lo arrojaron,
sin responsos y sin preces,
con la desnudez cubierta
por su sangre únicamente).
¡Gloria le diera el rufián
que el inglés no pretendiese,
al tomar aquél su traje
como uniforme perenne!

Y hasta aquí, fiel, el retrato
de este azote sedicente
que se hacía llamar Príncipe
del Oceáno de Oriente.
A este cruel facineroso,
a este corso sin patente,
capturar quería aquel niño
que le imaginó en su mente;
soñó mil y una aventuras,
surcó mares y corrientes,
mas nunca pudo encontrarse
con su rival frente a frente.

Al cabo, se hizo mayor,
tuvo sueños diferentes,
pero su afán por la esgrima
continuó firmemente.
Fue cortador de jamón
-y un cortador excelente-
cuya fama se extendió
hasta llegar al Oriente.
De allí recibió un buen día
un correo sin membrete
con estas letras escritas
en purpúreos caracteres:

<< Es tu Príncipe del sueño,
aquel bribón matasiete

que, del Oriente flagelo,
perseguiste inútilmente
el que, sin tú darte cuenta,
a superarte te mueve,
el que se enfrenta a tu acero
desde la molla fundente;
cada vez que, decidido,

un jamón, diestro, acometes,

una aventura se inicia

en tu profundo inconsciente;
y cuando, el hueso pelado,
satisfecho, al fin, te sientes,

sientes que no has encontrado
lo que buscas, insistente.

>>Destino este el del hombre
que un cierto destino quiere:

navegar mares inciertos
que a su destino le acerquen,
realizar árduas hazañas,
vencer peligros en ciernes,
combatir al enemigo,
que, astuto, desaparece

cuando ve cerca el peligro
de una derrota inminente
-ese que necesitamos

para hacernos aún más fuertes,
y que sólo ante el espejo
creemos ver furtivamente.

>> Lo que de niño se sueña
en realidad se convierte,
solo que de otra manera
más necesaria y prudente,
más costosa, gris y seria,

y menos resplandeciente.>>

Firmando la extraña carta
una rúbrica hay insolente:
sobre dos tibias cruzadas
una leyenda se extiende
que, con trazo firme, dice,

"El Emperador de Oriente"

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