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.
Y mientras, el polvo se iba depositando
.La casa, antes llena de vida,
se encontraba ahora poblada por fantasmas.
Sus propios fantasmas...
... A modo de monstruos engendrados
por la razón soñadora de Goya.
Y polvo.
Polvo depositado por el transcurrir
de una vida ajena.
De hecho, era este polvo acumulado
quien le indicaba que ahí afuera
la actividad frenética e imparable
del impulso vital de los seres tenía lugar
se encontraba ahora poblada por fantasmas.
Sus propios fantasmas...
... A modo de monstruos engendrados
por la razón soñadora de Goya.
Y polvo.
Polvo depositado por el transcurrir
de una vida ajena.
De hecho, era este polvo acumulado
quien le indicaba que ahí afuera
la actividad frenética e imparable
del impulso vital de los seres tenía lugar
y que aquí dentro, en su casa,
se traducía en polvo depositado
como segundos sobre segundos
formando capas de horas y días
hasta alcanzar el grosor de meses...
.
Él ya estaba fuera de eso.
Su vida se había convertido
en una continua pregunta formulada
por todos sus sentidos:
¿Para qué?
Se sentía como un tamiz
por el que todo pasa sin apenas
dejar huella,... sólo su esencia:
lo líquido, humedad;
lo sólido, polvo;
lo gaseoso, calor o frío... o nada.
¿Para qué?
No era una pregunta angustiosa,
si no una profunda y esencial curiosidad.
Se le imponía. No existía el menor afán
metafísico o filosófico.
Respiraba para qués.
Como cualquier otro sentiría
la brisa o la lluvia,
el sentía su piel erizarse de para qués,
veía para qués allá donde mirara,
saboreaba, áspiraba el aroma
de cada cosa en su para qué existencial.
Su misma figura iba tomando
la forma curvilínea de un signo interrogativo.
¿Para qué? ¿Para qué? ¿Para qué? ¿Para qué?...
Él ya estaba fuera de eso.
Su vida se había convertido
en una continua pregunta formulada
por todos sus sentidos:
¿Para qué?
Se sentía como un tamiz
por el que todo pasa sin apenas
dejar huella,... sólo su esencia:
lo líquido, humedad;
lo sólido, polvo;
lo gaseoso, calor o frío... o nada.
¿Para qué?
No era una pregunta angustiosa,
si no una profunda y esencial curiosidad.
Se le imponía. No existía el menor afán
metafísico o filosófico.
Respiraba para qués.
Como cualquier otro sentiría
la brisa o la lluvia,
el sentía su piel erizarse de para qués,
veía para qués allá donde mirara,
saboreaba, áspiraba el aroma
de cada cosa en su para qué existencial.
Su misma figura iba tomando
la forma curvilínea de un signo interrogativo.
¿Para qué? ¿Para qué? ¿Para qué? ¿Para qué?...
latía su corazón ochenta veces por minuto.
Solamente cuando dormía desaparecían los para qués.
Esto le daba que pensar
e iniciaba cada día con un
¿Por qué?
Y mientras, el polvo se iba depositando
sobre la superficie de su cotidianeidad,
día tras día...
día tras día...
.
b
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