Del tierno abrazo el duro mármol dueño,
de los labios que se encuentran, gozosos,
de la piel pulida, del vibrante sueño
de sus cristales: cuerpos venturosos
suspendidos en dulce ademán, eterno
(el deseo en gerundio, concentrado
en un sintiendo infinito, infierno
de un goce perpetuo, petrificado).
Mas, no dueño del propio sentimiento,
del gozo, del placer que comunica,
de la idea, del genio que la aplica
en feliz plasmación del pensamiento,
ni de ese esplendoroso encantamiento
que un beso para el alma significa.
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