Era un ciclotímico. Tan pronto se creía un privilegiado como el hombre más desgraciado del mundo. Capaz de lo mejor y lo peor que un ser humano mediocre pueda realizar: susceptible de reconocer y gozar el genio allí donde se encuentre, e inepto para la genialidad. Con el talento suficiente para percibir pero con el insuficiente para recrear.
Sin ser particularmente impresionable, poseía una sensibilidad ecléctica y camaleónica que se extendía a todos los órdenes sensoriales y emocionales; su registro cualitativo no desmerecía al cuantitativo, en lo que al puro goze estético se refiere; también en cuanto al disfrute sensorial... Y, por ende, su hipersensibilidad se extendía, de la misma manera y con igual intensidad, en sentido opuesto, tendiendo, así, a la hipocondría, cuando no a la paranoia, en lo tocante a su salud.
La expresión "oir crecer la hierba" era perfectamente aplicable a su caso. Y es que podía percibir claramente cualquier modificación de su entorno, ya fuera ésta de índole sonora, olorosa, táctil, gustativa o, más aún, visual.
Era, igualmente, capaz de sentir cómo bullían los pensamientos en las mentes de aquellos que se encontraban suficientemente cerca, hasta el punto, incluso, de sentirse molesto ante la cercanía de un indeciso: el fragor de la batalla en aquellas mentes irresolutas, donde las diversas facciones/opciones discuten y se alternan en la indecisión, le producía tal estado de irritabilidad que era capaz de cambiar de lugar de forma airada provocando la extrañeza, cuando no el asombro, de su próximo.
Es habitual, y hasta cierto punto lógico, que estos seres humanos esencialmente sensitivos conciten a su alrededor una corriente de inicial desconfianza y posterior rechazo.
Incomprendidos por quienes no detentan su grado de sensibilidad son, muy a menudo, tildados de excéntricos y pejigueros: seres de otro mundo -y no les falta razón puesto que el hipersensible vive en un mundo subliminal; algo así como orbitando en otra dimensión. Sus referencias sensoriales son distintas, la toponímia de los órganos de sus sentidos, también
En estos individuos, la representación virtual de su sensibilidad desmesurada tomaría la forma de un mapa de bits extremadamente pixelado.
Donde la mayoría percibía en blanco y negro él detectaba millones de colores. Esto era así también, por supuesto, en el terreno emocional; lo que le acarreaba no pocos problemas a la hora de definir tal o cual sensación, esta o aquella emoción, e intentar ser comprendido por sus monocromáticos interlocutores.
No obstante todas estas desventajas en el plano relacional -o quizás por ello- no era esto lo que le sumía no pocas veces en un estado que se podría definir como de infelicidad. Era no poder manejar esa sensibilidad y enfocarla hacia un fin sustancialmente creador, genésico, lo que le producía el desencanto. Pues no podía conformarse con ser un mero -aunque privilegiado- testigo de la Belleza, él ansiaba recrearla, ser un demiurgo de la palabra, de la imagen, del sonido,...
Quien poseyera sensibilidad para reconocer y sumergirse en el gozo contemplativo de la obra de arte debería ser capaz de generarla. Ese era su pensamiento y su anhelo.
Quizás su genio creador radicase en su capacidad para sentir, quizás, también, por eso...
Aquel hombre, poco a poco y sin apenas darse cuenta, se iba transmutando en su propia sensación.
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