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La tuve que soñar diosa para poder amarla:
sublimé su carne en artificio y gloria vana;
así, canté mi amor con acordes de esperanza,
pues ya, divina musa, a mi alcance al fin se hallaba.
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Sobre mi sensualidad mi imaginación labra
surcos donde siembro su sonrisa ensimismada,
aquel mirar inmenso en que naufragó mi alma,
para cosechar asombros fecundos como ansias.
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A veces también siento cómo la duda asalta
mi bastión de ilusiones en quimeras fundadas,
y ya no es, entonces, aquella diosa alada
sino simple delirio de mi alma zozobrada.
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Divinidad o desvarío, realidad o fábula,
lo cierto es que ella resplandece cada mañana
ayudándome a vivir ¿Qué más da si luminaria
o fuego fatuo sea? ¿Si diosa o musa imaginaria?
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