Pasan las cosas, rutinarias:
me levanto por la mañana,
desayuno, escucho las noticias
-sin poner demasiada atención-
ventilo la casa, deshago la cama
(contemplo las arrugas acordeonadas
de la sábana, testigo de aventuras
oníricas solitarias),
recojo la parafernalia del desayuno,
me coloco delante del ordenador,...
No, no. ¿Qué estoy diciendo?
Recapacitemos:
Me despierto,
por la mañana,
pensando en aquella que amo
(pero que no me ama),
hago no sé qué cosas,
escucho no sé a quién,
pongo la radio, suena la música,
sigo pensando en aquélla que amo
(y si no es amor ¿Qué es?);
mi mente, mientras tanto,
sigue soñando despierta,
empecinada en querer
a quien el corazón le ordena que quiera...
El mundo sigue dando vueltas,
yo estoy subido en él
(Ella también) ¿y qué?
No me doy cuenta
de que la vida va en serio.
Yo no soy serio,
no lo he sido nunca
(al menos desde que se rompió
el hechizo de la primera vez ).
<<¡No quieeero ser seriooo!>>
Quiero ser un hombre que ama;
simplemente, un amante.
De ti, de aquélla,... de mí
(con vergüenza);
de todas las que hacéis
vibrar en mí el diapasón
de la existencia.
Y, en seguida, la pregunta:
¿qué existencia?
-La respuesta presurosa-:
la única existencia posible,
la del ser amante,
la del ser amante de un sueño,
la del ser amante de un sueño imposible,
la del ser amante de un sueño imposible a pesar de todo,
la del ser amante de un sueño imposible a pesar de todo lo posible,
la del ser amante,
y punto.
Es mi definición,
mi adscripción:
pertenezco a la raza de los seres amantes de la vida a pesar del mundo.
(este diablo mundo...).
Y a ti, ya te leeré las cuentas.
Sí, sí, a tí, mequetrefa:
la fille au regard absorbé (ma déese, ma muse, ma félicité).
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