Vuela, candor, al encuentro
de aquellos ojos hermosos,
de aquellos labios de ensueño,
de aquel encanto sonoro
que me encantó sin quererlo
y sin querer fue mi todo.
Vuela y díle que a despecho
del despiadado abandono
sigue vivo y más sereno
-ahora ya en suave rescoldo-
aquel fascinante fuego
que sin querer ardió solo.
Ve, levanta ya tu vuelo,
cual Icaro prodigioso
en alas de mi deseo,
surca el espacio pronto
hasta aquélla a quien yo quiero
y díle que... aún la adoro.
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