...Se iba consolidando a medida que levitaba.
Notoriamente paradójico, era su caso el del mundo al revés hegeliano: su sentimiento visceralmente metafísico de la vida le producía un equívoco efecto de metamorfosis: cuanto más denso, más leve.
Adquiría, con el tiempo y la experiencia, la consistencia de la estrella masiva que se condensa hasta tal punto que acaba por colapsarse.
Al mismo tiempo, esa condensación experiencial en reacción con su núcleo sensorio-emocional incandescente producía en él un alto grado de sublimación.
El mundo al revés: el mercurio metamorfoseado nube. La leve gravedad inversa de la materia... metafísica.
El más simple acto cotidiano elevado a la enésima potencia significativa. Comer, por ejemplo, era para él un acto degustativo o no era: sensación o nada. El peso de los alimentos, los centilitros de buen vino, se transmutaban, así, en mero estímulo, sensación o impulso de sensaciones; la materia devenía categoría del espíritu.
Midas de la transubstanciación material, su relación con las cosas era una relación entre almas, pues dotaba a las cosas de alma, y era este alma lo que asimilaba de las cosas; y ese alma -leve como la nada- era lo que le hacía sentir la levedad del mundo, contemplado, así, como vida.
¿Animista? Quizás lo fuese. ¿Panteísta? seguramente, pero con una concepción espinoziana del término. ¿Existencialista? también, aunque dubitativo.
Gravemente leve. Densamente deshilvanado. Pesadamente ligero. Y siempre, siempre, terriblemente consciente de sí mismo.
Metamorfosis paradójica de la agregación material: el lastre de lo vivido convertido en globo de helio, la colmatación de la ciénaga mudándose en gas...
Narciso transformado en aroma sin pasar por la fase de blanquipétala flor.
Aquel hombre, poco a poco y sin darse cuenta apenas, se estaba almizando.
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