Gritos y susurros
de un dios menor
sin Olimpo, doméstico,
omnipresente, ubícuo,
cotidiano: el dolor.
...
El dolor aprisiona
con la omnipresencia
pulsátil de su latido.
Anuncio de neón
que en la noche
de los cuerpos
señala la existencia
hipnótica del pecado.
...
A veces, el dolor es una puerta
que de forma inesperada
se abre a lo fantástico.
...
.
Convivo con el dolor
como un caracol con su concha:
le arrastro pesadamente,
me persigue,
o me engulle en su interior;
imposible zafarse de él.
...
Nada más inmoral que el dolor,
tampoco nada más poderoso;
ante su presencia se quiebran
las más templadas voluntades.
Diverso y uno, el dolor
es siempre el mismo:
la misma cara contraída,
la misma mueca: el rictus.
Sea sordo, difuso o agudo,
siempre es grave,
siempre importuno.
Rictus de células en desorden,
llamada de emergencia,
toque de arrebato,
queja del alma del cuerpo;
Ay! sostenido, aria triste
de tragedia tisular,
quebranto del silencio
o de la armonía molecular;
chicharra alarmante,
fracaso de la normalidad.
...
Dolor: cruz de la moneda
con que se paga la vida.
...
Estos momentos agobiantes
en que me siento rehén
de un ojo mayestático,
único dios de mi cielo...
Jehová justiciero, ojo
de omnipresente presente,
todo ardor ciego
desde la órbita dolorida
que se proclama, insistente,
centro ocular del mundo.
...
Me siento preso de mi ojo,
circundado, ceñido, constreñido
por él, por su latido continuo,
por su dolorosa presencia
inevitable, incrustada en mi ser:
centro horadado y sanguinolento
de mi paciente existencia.
lll
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