El relámpago riela
en la bruma: del Cíclope
es la mirada tuerta.
Obstinación de la imagen
por aparecer verdadera:
sus límites y perfiles
propios, no los que interpreta
un sol amanecido
de una noche incierta:
líneas imposibles, curvas
retorcidas, huídas rectas,
lo estático en movimiento
perpetuo: mar de las cosas,
oleaje que se expresa
en ese continuo fluir
que, para el ojo esquivo,
es la vanal apariencia
del mundo que le rodea.
Sueña el Cíclope que muere
cuando el ojo recupera
-que habiéndosele antes muerto,
cuando cíclope no era,
en cíclope le convirtió-,
y, así, volviéndose el hechizo
en la proposición inversa,
al ojo que muerto enterró
le resucita y celebra.
Muera el Cíclope, pues,
y de su tumba el que fue
a la luminosa vida
vuelva.
.
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