Febrero ha venido gris, decolorado,
dándose aires fríos y desapacibles;
gris metálico, gris acero, gris plomizo;
gris desganado, cansado de su grisura,
gris sin sombras, ahogada la luz
en su vastedad gris mate, sin brillo;
gris que aplasta, que impide el batir de alas
con su gravedad omnipresente;
gris que engulle en su mar hecho jirones
de múltiples matices, de espuma sucia;
gris de a penas descuidada llovizna,
apático, indolente, quizás descontento:
casi blanco, casi negro, casi... nada.
Febrero, mi Febrero, ese Febrero gris
que ya me saludó, entre calles inundadas,
aquel año en que a la lluvia caída se sumaba
el exiguo y gris aguacero de mis primeros llantos.
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